Dicotomias

Nikita

Baila al son del aire una hojita marrón. Son esos instantes en los cuales, no se cómo ni por qué, el viento se arremolina y levita para mi balcón las hojas de los árboles que Sarmiento decidió plantar en la Ciudad. Es una tarde lluviosa de enero. Una tarde de silencio que sólo se quiebra por la risa desdentada de Gaia, mi hija. Y traspasan miles de imágenes por mi mente, tal cual como imagino que debe ser los últimos instantes de la vida.

Y ahí sale del portón marrón caminando en una esquina de Pompeya. Una señora robusta vestida con una remera de modal azul con flores blancas, un pantalón de la misma tela marrón que le llega hasta los tobillos y unas crocs. Camina lentamente con un carrito de compras medio destartalado. Mientras el tren pasa en las cercanías sale del mismo portón una adolescente rebelde. De malas ganas la  morocha de ojos marrones y reticente a acompañar, avanza. La señora le insiste. Y la adolescente de malas ganas le da la mano. La gente las mira raro. Pero la chica siente al mismo tiempo un orgullo y sabía en el fondo que importaba un carajo esas inquisiciones. Caminan juntas en silencio. Suspiran sin sincronizar para la feria de la vuelta en Charrúa.

Mi vieja era muy humilde y laburanta, podría haber ido con el auto a comprar pero le gustaba ir a la feria.

Gaia se ríe. La miro a los ojos celestes profundos que tiene. Se ríe como un burrito. Se me piantan las lágrimas.

Lo que daría hoy por darle la mano a mi vieja y caminar con ella. Sentir su olor a playa, debía ser por el protector solar que se ponía para tomar sol en el jardín junto a los perros, tomando un café en esa taza vacía que mi viejo durante mucho tiempo y creo que aún hoy, pone en su mesita de luz con una flor. Esa mesita que atrapa recuerdos fotográficos y ausencias que oprimen el pecho. Ahí permanece su espacio, mi viejo no cambió del lado de la cama aunque ya hayan pasado casi siete años de la última vez que le dije “te quiero mamá, nos vemos mañana” y de la voz agónica de mi padre a la madrugada diciendo “se murió mamá” y un llanto desgarrador.

La última foto que le tomé a mi vieja, disfrutando en el jardín con mi perra Onna.

La hojita aún pulula en una oda vespertina. Es casi el primer día con viento después de una terrible ola de calor del año tres de la pandemia del covid. Gaia me da patadas con sus jamoncitos de diez semanas. Es una bebé maravillosa que su abuela mira desde algún lugar, porque mi vieja ansiaba ser abuela, sólo que el destino la arrebató tempranamente junto con las miles de oportunidades que debo haber malgastado como hija tarada de abrazarla y besarla y ahora como consuelo toco su tumba en el cementerio de Flores diciéndole “chau mamá”, aunque admito que desde que empezó la pandemia y comenzó mi embarazo, es un rito que no deseé repetir.

Gaia nació el tres de noviembre por cesárea no elegida. La piba no quería venir al mundo, llevaba cuarenta y un semanas, una panza gigante, los pies de la ogra de la película de Shrek, con ansiedad insoportable y el covid jodiendo al mundo. El maldito covid, que me alejó de mi viejo que hacía meses hablábamos escuetamente por whatsapp y esporádicas videollamadas. No quería que me viera en un estado emocional caótico.

Ya había pasado mi cumpleaños treinta y nueve, fecha probable de parto, cuando fui a la Clínica y no había señales de que Gaia quisiera nacer. Cuando el obstetra me ofreció la cesárea o esperar una semana más, no lo dudé. Riéndome nerviosamente escuchaba que no comiera, tomara agua y estuviera en la clínica a las 17 hs. Fue inesperado. Es ese instante cuando intentas que pasen por las emociones lo que racionalmente entendés que ocurre. Lloré todo el camino de vuelta a casa. Hacía mucho calor.

Se queja Gaia, la intento distraer, le doy el sonajero. Mi mente necesita descansar unos instantes aunque la secuencia de recuerdos persiste. En la tele se escucha otra noticia dónde se manifestaron los antivacunas. No puedo entender ni creer que en pleno S. XXI haya personas que se nieguen a vacunarse.

Durante todo el primer año del covid, trabajé normalmente con las precauciones del caso y quizás un poco de ingenuidad frente a lo que se avecinaría, creía que sería algo esporádico, local y sinceramente no tenía gente que la había padecido. Veía entusiasmada a mis vecinos que ponían música en los balcones, se gritaban, pedían canciones, aplaudían y se reían. Yo, ponía a todo volumen la marcha peronista. Todo esto se diluyó en puteos, quilombos y silencio. Hoy se tapa con el tránsito de la avenida. Durante el segundo año, el año que estamos terminando, la situación fue totalmente distinta: empecé a tener gente conocida enferma, amigos, familiares. E incluso perdí a mis dos queridos amigos: Reinaldo y Nico. Rei agonizó casi veinte días.

Con Rei no me hablaba hacía dos o tres semanas. Habíamos discutido sobre el capitalismo y como buen trosko se enojaba por todo o casi todo. Ya estaba cursando el quinto mes del embarazo. El solía llamarme seguido al menos dos veces por semana, aún enojado o no, más desde que se enteró del embarazo y que sería el padrino. Estaba muy emocionado. Cuando entré al facebook, miro mensajes de “recupérate pronto Rei”. Entré en pánico, llamé llorando a mi compa y le dije “Rei está grave con covid”. No lo sabía, pero lo presentía. Y prontamente empecé a escribirle a todos mis conocidos en común tratando de conseguir el celular de uno de sus hijos. A las tres horas, me contacté con su hijo, que lo confirmó. Me desmoroné. Rei estaba entubado  boca abajo. Las noches que siguieron fueron terribles, mi compañero me suplicó ir a la iglesia a dejar una vela, aunque yo no creo lo acompañé como gesto de autoconvencimiento de que estaría todo bien. Me imaginaba contándole esta pelotudez y el cagándose de risa. Hablaba con el hijo a diario como si nos hubiéramos conocido. Pero días más tarde, veo el celular mientras caminaba: Rei, se había ido. Ese boliviano maravilloso y generoso de pelo largo, que adoraba y con el que habíamos transitado miles de charlas, momentos e historias, ya no estaba. Se murió solo en un hospital, en bolas e inesperadamente. Se terminaban los días en los cuáles me preguntaba si tenía frío, si pensaba, si sentía, si se recuperaría. Ya no existiría, el maldito covid se lo llevó.

Una de las últimas imágenes que le hice a Reinaldo, entrando a mi casa con flores.

Hasta Evo Morales se encargó de despedirlo.

A las 18 hs. del tres de noviembre, ingreso con barbijo a la sala de operaciones. Estaba en pánico total. Jamás me había expuesto a una gran operación. Eran todas mujeres excepto el cirujano, me sentía cómoda, hacían chistes y me compartían la vida que ellos tenían con sus hijos y lo que me vendría como madre. Fue una operación realmente incómoda y corta. Y sentí todo. Sólo en mi cabeza estaba que debía pasar rápido porque no lo toleraba más. Me bajó la presión y casi me desmayo o me muero, no lo sé. Se preocuparon todos. Me sacaron el barbijo. A mi compa le pedían por la barba que se ponga 2 barbijos, o 3 o que se envolviera, no lo sé. Parecía Tolstoi en sus últimos años en un combate de titanes en el ring, todo envuelto en barbijos. Mi vieja me acompañó. Esa señora sencilla que arrastraba el carro y que no pude cumplirle el deseo de ser abuela, estaba. Y nació. Me angustié no la escuchaba llorar, lo expresé enfáticamente. El médico se mató de risa, me tranquilizó, entre lágrimas escuché a esa criatura extraña que había salido dentro mío, toda pequeña y violeta.

La primer foto de Gaia el 3 de noviembre del 2021

No quise ir a la despedida de Reinaldo, después del funeral de mi vieja, no tenía las fuerzas.  Tenía miedo de contagiarme covid y quería recordarlo vivo, no inerte. Su hijo me contó que estando internado en una visita le narró que nos habíamos enterado que nuestra hija sería mujer y se llamaría Gaia. Y por unos instantes el ritmo cardíaco le cambió. El lo tomaba como símbolo de que se alegraba por nosotros. Quizás hasta el día de hoy asimilo la misma versión como una forma de convencerme de que aún está.

A las semanas de que se fue Rei, partió mi otro amigo, Nico. En un evento que aún no me queda claro. Sentí una desolación sin fin. Un pibe tan joven y lleno de vida. Un pibe que abracé muchas veces y me enseñó más de lo que le pude enseñar yo, que vivía en casa, que no faltaba ocasión de verlo con sus pelos teñidos, rock, tatuajes y su Tigre. Aún hoy no se donde está enterrado, pero es otra historia. Recuerdo el abrazo en el que me sumergí el día que se aprobó el aborto. Sentí un instante de paz y emoción, lloramos juntos, ese oso gigantesco y amoroso y yo.

La última foto que nos hicieron con Nico en la aprobación del aborto legal, seguro y gratuito.

Y el covid seguía avanzando.

Mi familia tuvo covid, toda, completita. A mi viejo le salvo la vida estar vacunado aunque no la pasó bien y tiene síntomas que persisten a pesar del paso del tiempo. Mi compañero tuvo covid. No tuve covid por ahora, pero tuve otras enfermedades como gripe y dengue. Juro que lo que sentí fue tan agobiante físicamente que me vivo vacunando para evitar cualquier mal mayor o repetir esa experiencia. Lo vi en África, cuando la gente era como mosquitos que caían en masa por el ébola, la ayuda que ofreció Rusia y únicamente Rusia, fue la que terminó evitando una catástrofe peor, si eso era posible.

Un tiempo después, no de covid, falleció mi maestro, Marcelo Ranea. Un ícono de la historia de la fotografía que había retratado esa histórica imagen de Gallone sosteniendo la cabeza de Susana de Leguía. Pero para mí era el tipo con el que pasaba horas tomando café escuchando sus historias, con el que había compartido algunas coberturas y que siempre me cagaba ya que con una imagen el lograba sintetizar lo que yo hacía en veinte, que me aconsejaba y que a diario no escribíamos. Su ausencia fue otro golpe letal.

Marcelo Ranea y  yo posando en una muestra en la que me vino a visitar.

Gaia se durmió, la hojita empieza a caer, me despabilo de los recuerdos con un ruido estridente de la tele. A los pibes no les importa el covid, a la gente ya no le interesa el covid, hablan de cuestiones que a mi me parecen dignas de ser documentadas para que Nolan las filme, hablan de experimentos como si Menguele estuviera jugando con nosotros, de nanochips, tierra plana, imanes que se pegan en los brazos vacunados, del 5g, de las personas vacunadas que se murieron. No, la vacuna no evita que te contagies pero te da mayor probabilidad de sobrevivir, aunque lamentablemente algunas personas mueran, serán mucho menos de las que morían el primero año sin vacuna. Es tan absurdo que hasta presidentes como Trump y Bolsonaro han, por alguna razón que sospecho que es geopolítica, dado ejemplos pésimos.

Miro la cuna de Gaia, no puedo creer que esté allí, en su cunita. La hoja sigue su descenso y re aparece mi vieja.

Esta vez nos habíamos olvidado al hámster con su pecera en el comedor y cuando me levanté parecía una salchicha desaturada. Llamo llorando a mi vieja y aparece de la nada, juro que le hizo rcp con unos compañeros laborales, le inyectó adrenalina y salvó al bicho. Mi vieja tenía ese talento. Amaba los bichos, los bichos la amaban y curaba, sanaba. Revivió hasta un pez. Le daba torta con un tenedor al perro a pesar de que le suplicábamos que no lo hiciera por su futuro, se murió antes de que todos sus bichos para no verlos sufrir.

Se larga a llover. No veo más a la hojita. Yace allá en el piso junto con otras imágenes y recuerdos que aparecen. Gaia empieza a reírse nuevamente, mi hermosa pandemial.

El covid sigue, la vida sigue, el mundo sigue. Con 8.335.184 casos confirmados y 120.988 fallecidos al día 31 de enero.

Y persiste la concomitante dicotomía de la vida y la muerte.

8 comentarios en «Dicotomias»

  1. Muy emotivo. Me alegro mucho de tu alegre maternidad y comparto tus sentimientos por la perdida de amigos muy queridos. Estamos en carne viva. En este momento la está quedando mi amigo más antiguo y querido, el hermano mayor que nunca tuve. Que capa tu vieja. Esperemos que la peste se transforme en una endemia más, como dicen. Abrazos

  2. Me la paso diciendo qie conmovés con la escritura. Cada parte del relato la podía ir recreando en imágenes junto a diferentes sentimientos, sobre la maternidad, las relaciones, recordando a quienes ya no están, a Rei y Nico, parte con tristeza, parte sonriendo por quiénes eran como personas. Me reí también por la testadurez de trosko de Rei como si lo estuviera viendo jaja. Escribir, y sobre todo, para quienes tienen talento, es una buena forma de transformar los miedos, incertidumbres, pensamientos, convicciones, y más…en creatividad y compartirlo ayuda también a otros a identificarse, reflexionar, emocionarse…Gracias!!! Besos para vos y Gaia 🥰

  3. Un halago Pájaro que pases por acá. Se extraña compartir algún café. Esta peste se ha llevado mucho de nosotros. Mientras algunos viven como si nada esta realidad, otros la sufrimos a carne viva y resistencia. Ojalá pase y podamos ver esto como un recuerdo lejano. Ojalá estés bien y tu amigo esté mejor o sufra lo menos posible. Un beso!

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